Por unas copas de más

por | 1 julio, 2016

Hacia la mitad de la década de los 90′, en plena época de una fuerte expansión de nuestra economía (y de nuestro ego), cuando nuestros empresarios recorrían Sudamérica comprando compañías eléctricas, líneas aéreas, centros comerciales, grandes tiendas, etc., se escuchaba un dicho, a todas luces irónico, que era popular entre nuestros vecinos: «Los chilenos son los argentinos del siglo XXI…pero mal vestidos».

Como en todo dicho o como en toda broma, algo de verdad se asoma (o asomaba). Hoy, cuando ya han pasado 20 años desde entonces, cuánto de cierto pudo haber estado contenido en tal expresión, que ahora, bajo distintas circunstancias, recordamos.

En primer lugar, es efectivo (las cifras, así lo constatan) que durante gran parte de los 90′ nuestro país tuvo tasas de crecimiento (cercanas al 7% promedio) muy superiores al resto de la región, las que le permitieron una transformación social, cultural, en infraestructura y en general en todos los ámbitos de nuestra cotidianidad, cuyos efectos son visibles hasta nuestros días. Por otra parte, también es efectivo que muchas de esas transformaciones, simplemente nos facilitaron alcanzar ciertos estándares que ya eran conocidos por nuestros vecinos, por ejemplo en términos de patrones de consumo, infraestructura vial o en el propio aeropuerto.

Por lo tanto, un primer punto es efectivo. El crecimiento económico era real y palpable y Argentina, que siempre había sido el más rico de nuestros vecinos, veía crecer cada día, al otro lado de la cordillera, una seria amenaza para dicho liderazgo.

Dos, la arrogancia. Seamos claros, cuando el dicho menciona a «los argentinos» se refiere  fundamentalmente a los porteños y a una de sus características más arraigadas, el despliegue de una cierta petulancia y propensión a creerse superior a todo el mundo. En este punto, debemos reconocer que la actitud de muchos de nuestros representantes empresariales veinte años atrás, distaba bastante de una apropiada modestia corporativa, facultad que permite siempre mirar al otro con interés, validarlo en sus capacidades y/o aprender de ellas. No, la verdad es que lo que se impuso fue la lógica de llegar «con la caballería por delante», imponiendo criterios, desconociendo importantes diferencias culturales y con una actitud de «ahora les vamos a enseñar cómo se hace».

Por lo tanto, de que hubo arrogancia, la hubo y bastante. Hay que señalar también que muchos errores basados en esta lógica de creer sabérselas todas, se pagaron bastante caro.

Y por último, lo de «mal vestidos». Debemos reconocer que nuestros vecinos allende Los Andes, gozaron durante mucho tiempo de tiendas de vestuario, tanto femeninas como masculinas, que sobrepasaban largamente en términos de calidad y diseño, los estándares promedio de nuestra industria local. Por lo tanto, de que tenían acceso a mejores pintas, lo tenían.

Ahora bien, ¿eso significaba que nuestros cosmopolitas empresarios se vestían mal? No necesariamente. Es poco probable. Además, seamos francos, usando puros ternos grises o azules es bien difícil meter la pata. Yo creo que más bien, la expresión hacía referencia a otra cosa. Quizás a una cierta idea de que siempre nos faltaba algo. Algo para destacar que no fuera sólo nuestra economía. Algo para ser efectivamente líderes globales.

Esa época coincide también con el período en que nuestra selección de fútbol -castigo mediante- estuvo suspendida de participar de las clasificatorias al Mundial de los EE.UU. el ’94 y luego lógicamente, impedida de participar del certamen. Por lo que estábamos lejos de poder hacer consistente nuestros logros económicos con nuestros logros deportivos (al menos en el deporte más popular en nuestro continente).

Hoy, cuando nuestra economía ya no luce los brillos de esos años, nuestro panorama deportivo es completamente distinto (al menos, en lo referido a las competencias de fútbol a nivel de selecciones). Cuando ya hemos ganado dos finales continentales consecutivas justamente ante Argentina, podemos decir, en pleno siglo XXI, que quizás no nos vestimos mucho mejor que antes (nuestros vecinos tampoco), pero que al menos por unos meses podremos nuevamente exhibir una leve cuota de arrogancia, gracias a esas dos copas, que a diferencia en ocasiones de los logros económicos, llevan alegrías, efectivamente, a todo el país.

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