Más de alguna vez he contado la anécdota de cuando me tocó presenciar un interesante debate en el que un expositor relataba con evidente admiración una experiencia educativa en un país de Oriente donde los niños eran instruidos durante su etapa escolar, básicamente, en competencias profesionalizantes determinadas por una lógica industrial-capitalista.
Los escolares bajo ese sistema accedían, fundamentalmente, a clases de inglés, matemáticas, lógica, economía y comunicación. Es decir, una formación para pequeños ejecutivos.
Por supuesto, la contraparte exponía la evidente necesidad de que el alumnado también tuviera acceso a otras visiones de la realidad, a otras disciplinas y a otras competencias. ¿Cuál sería el espacio para el arte, la historia, la filosofía, la música e incluso la educación física en la formación de esos niños y niñas? Era, en gran medida, el cuestionamiento de este segundo experto a la argumentación del primero.
El recuerdo sobre dicha experiencia me surge luego de una semana en la cual el economista Sebastián Edwards fue citado en diversos medios debido a su propuesta de suspender por 10 años la entrega por parte del Estado de becas para el desarrollo de postgrados en Humanidades. Arguyendo veladamente una suerte de “inutilidad” de estas disciplinas para lo que él entiende son las actuales necesidades de capital humano en pos del desarrollo económico de nuestro país.
Lo anterior no puedo dejar de asociarlo con una serie de publicaciones difundidas en redes como LinkedIn que proponen la necesidad de incorporar algo que denominan como “Educación Financiera” en los planes de estudio escolar en nuestro país. La mayoría de quienes sostienen este argumento señalan que sería justamente la falta de dicha “educación financiera” un elemento relevante que determina las actuales condiciones de vida de un grupo significativo de nuestra población.
De su postura se infiere implícitamente que la eventual incapacidad de cubrir con holgura los compromisos económicos regulares de este grupo o acceder a la posibilidad de generar ahorros o más aún, que estos ahorros -convertidos en inversiones- se transformen en ingresos pasivos se debería, precisamente, a una “falta de educación financiera”.
Todo indica que las ideas de Edwards y las de los defensores de la “educación financiera” parecen tener origen en un diagnóstico que resulta no tan solo parcial, sino también sesgado.
En primer lugar, porque es evidente que la formación humana, especialmente la de niños y jóvenes, debe aspirar siempre a ser lo más amplia posible y a no enmarcarse en modelos únicos de sociedad y, lógicamente, de desarrollo. Que para un economista como Edwards, el mundo necesite de más ingenieros y/o economistas parece obvio, pero no por eso, cierto.
De igual forma, no resulta extraño que muchos promotores del desarrollo personal consideren fundamental que las personas -especialmente los jóvenes- accedan a esta “educación financiera”. La cual, seamos sinceros, muchas veces se vende en la forma de cursos que -si no son directamente- pegan en el palo de lo que conocemos como esquemas piramidales. Estafas que son gestionadas, casualmente, por los mismos que promueven los cursos.
De ahí el sesgo.
Pero por otro lado está la parcialidad. En cuanto a lo de Edwards, desconocer el valor de las Humanidades -en comparación a la tecnología y la economía- supone no dar crédito a la importancia que las primeras tienen no tan solo para el desarrollo económico, sino también valórico de un individuo y de la sociedad de la cual éste participa.
En palabras de Carlos Peña, rector de la UDP, quien en su columna habitual de los días domingos retrucó a Edwards argumentando que sin las humanidades, sin el esfuerzo autorreflexivo que ellas realizan, sin literatura, filosofía e historia, no solo la cultura democrática se empobrecería, sino que como sociedad no podríamos llegar a saber qué cosas de las que hace posible la técnica merecen existir y cuáles no.
Más allá de que me resulta obvio que el Estado (o cualquier otra institución) no puede ofrecer a nuestras generaciones en formación un modelo único y sesgado para el desarrollo individual y social, ambos temas (esta propuesta de suspensión de las becas en Humanidades y la impartición de cursos de “Educación financiera”) reflejan una visión reduccionista del propósito educativo.
La formación integral de los estudiantes no puede limitarse a competencias técnicas o financieras, ya que esto ignora aspectos fundamentales del desarrollo humano como la creatividad, la reflexión crítica y el entendimiento cultural. La educación debe preparar a los individuos no solo para ser eficientes en el mercado laboral, sino también para ser ciudadanos completos, capaces de contribuir al bienestar social y al enriquecimiento cultural. En un mundo que enfrenta complejos desafíos globales, la educación debe integrar las humanidades y las ciencias para formar personas con la capacidad de entender y mejorar el mundo en todas sus dimensiones. Por ello, resulta imprescindible rechazar cualquier intento de reducir el currículo escolar a una mera preparación para el mercado, recordando siempre que la verdadera riqueza de una sociedad radica en su diversidad de conocimientos y en la capacidad de sus ciudadanos para pensar y actuar de manera ética y creativa.
Por último, un dato para los promotores de la educación financiera: la semana pasada se publicó un estudio que arroja que el 64% de los chilenos tiene problemas financieros para llegar a fin de mes, mientras que a nivel mundial la cifra es solo del 37%. Según estos, lo anterior se debería fundamentalmente a una falta de conocimientos y competencias en administración y finanzas, desconociendo muchos de ellos una cruda realidad de bajos sueldos percibidos por gran parte de la población nacional (de acuerdo a la Encuesta Suplementaria de Ingresos -ESI-, en 2022 el mayor porcentaje de la población ocupada se encuentra en el tramo de ingresos reales de $400.000 a $500.000).
Todo indica que, antes de aprender a manejar dinero, las personas requieren ganarlo de forma efectiva, continua y justa.