Todo aquel que haya estado a cargo de una empresa, probablemente en alguna ocasión, escuchó a uno de sus gerentes decir: «Necesitamos desarrollar este proyecto» o «debemos realizar este negocio porque es estratégico«.
Si te decían que el motivo era «porque es estratégico» todos sabíamos que se trataba de un proyecto o una negociación que sería deficitaria o no rentable. Así de simple.
Claro, casi siempre el tema se abordaba desde la perspectiva que, no sería rentable en el corto y mediano plazo, pero sí en el largo. O que si no lo realizábamos nosotros (pese a su improbable rentabilidad) lo haría nuestra competencia y eso podría tener efectos en el futuro o, por último, que determinado proyecto o línea de negocio si bien no resultaría rentable, apoyaría o apalancaría otras líneas que sí lo eran, etc.
Bueno, algo parecido pasa con los emprendedores y sus sueños.
En mi rol de consultor, cada vez que escucho a un emprendedor wannabe que me dice que quiere alcanzar su sueño, por la vía de desarrollar un producto o servicio, inmediatamente prendo una luz roja.
Esto por dos razones:
- Uno. Porque nunca he entendido que los sueños de un individuo se puedan circunscribir sólo al ámbito del desarrollo profesional o laboral, donde, finalmente, el ejercicio de un emprendimiento es una opción más.
- Dos. Porque, detrás de la construcción de esa expresión subyace un error conceptual profundo que regularmente afecta a muchos emprendedores (y también determina, en gran medida, el fracaso de sus proyectos) que se relaciona directamente con el enamoramiento con su propia idea. Es decir, el sueño generalmente se traduce en realizar lo que el emprendedor desea y no necesariamente, lo que un segmento de mercado, de verdad, requiere y está dispuesto a pagar por él.
De esa forma, una primera consideración que da cuenta del título de este artículo es que los emprendedores, en lo general, no deberían dedicarse a perseguir sus sueños sino a tratar de cumplir y/o satisfacer los de sus clientes.
La mayoría de los proyectos que se conciben como la realización última de «un sueño», tienden a ser un fracaso comercial. Básicamente por lo señalado anteriormente: Éstos apuntan a representar una idea, un anhelo y en algunos casos, una obsesión del propio emprendedor que tiene poca o ninguna consideración respecto a problemas efectivos en un mercado que requieran ser solucionados de forma eficiente y rentable.
Por otra parte, si asumimos como cierta una tasa de fracaso de los emprendimientos cercana al 80%, sólo en su primer año, encontraremos que detrás de la gran mayoría de ellos está presente la lógica de miles de emprendedores, que iniciaron su negocio básicamente «persiguiendo su sueño».
Estos fracasos claro, muchas veces permiten un aprendizaje y desarrollan la resiliencia, para luego, alcanzar el éxito. Como Steve Jobs, en la foto que ilustra este artículo junto a uno de sus primeros proyectos, el computador LISA (su gran sueño en ese momento). Un fracaso rotundo, del cual obviamente obtuvo experiencias valiosas para posteriores emprendimientos que resultaron tremendamente exitosos y altamente rentables.
Por último, si bien hay muchos emprendedores que logran hacer de su sueño un proyecto rentable, es una realidad estadística que la gran mayoría no lo hace.
Esto se puede representar de la siguiente manera: Equivale a pedirle a 100 montañistas expertos que suban el Everest (en el mundo de los negocios todos se fascinan con las analogías de montañas), caminando de espalda a la cumbre. Probablemente un par llegue. Y esos dos lo habrían hecho, efectivamente subiendo de espalda. Pero 98 no lo lograron. ¿Es entonces, escalar de espaldas, la mejor manera de subir la montaña?
Lo mismo con los emprendimientos. Probablemente algunos lo logran persiguiendo sus sueños, pero muchos otros, no. Por lo tanto, el único camino válido no sería perseguir tu sueño, sino el de tus potenciales clientes y consumidores. Nadie te garantiza que alcanzarás la cumbre, pero al menos, estarás escalando de frente a la cima.
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