La pregunta puede resultar extraña viniendo de alguien que dedica buena parte de su tiempo laboral a la enseñanza de emprendimiento e innovación a nivel de pre-grado en distintas universidades, pero no por eso es menos válida.
De partida, porque es un cuestionamiento que más de una vez me ha tocado escuchar de parte de algunos miembros de la comunidad emprendedora y también, porque justamente como me dedico a la docencia, creo en el pensamiento crítico y en la necesidad de poder cuestionar siempre las verdades que pudieran parecer establecidas.
Ahora bien, ¿desde dónde surge esta interrogante? En primer lugar, como lo señalaba antes, desde los propios miembros de la comunidad emprendedora, muchos de ellos formados en la experiencia de un hacer basado fundamentalmente en la intuición, en el ensayo y error y también, por qué no decirlo, en un extendido consumo de frases motivacionales y libros de autoayuda que básicamente les dicen: «todo está en ti».
Pero en segundo término, resulta válido cuestionarse si las diversas metodologías para el descubrimiento de oportunidades, el diseño de soluciones, el desarrollo de productos, la formulación de modelos de negocio, etcétera, que generalmente son la base de los programas tanto de las asignaturas universitarias donde se busca formar en emprendimiento, como de los diversos talleres o charlas que se dictan regularmente para emprendedores en ejercicio en las variadas organizaciones que conforman el ecosistema nacional, pueden y deben impartirse como cualquier otra disciplina ante estudiantes o emprendedores de una forma casi neutra, es decir, independientemente de sus condiciones de base, capacidades y habilidades propias e incluso intereses. Con la expectativa, lógicamente, de obtener resultados de alguna forma, homogéneos.
Podríamos establecer una analogía con las tantas escuelas de fútbol donde año tras año arriban miles de niños (la gran mayoría de las veces impulsados por sus padres) con la ilusión de ser estrellas internacionales y gozar de un estilo de vida consistente con lo anterior. Muchos de esos niños tienen ganas de aprender, gozan de jugar y sueñan con llegar a ser exitosos, pero todo el mundo sabe que una fracción realmente pequeña llegará a ser profesionales.
Una tesis para optar al título de periodista publicada el año 2018 señalaba que solo un 0,1 por ciento de los niños que participan de las escuelas formativas de fútbol nacional (aparte de todos aquellos que practican el deporte de forma recreativa) logrará convertirse en profesional. En tanto, la probabilidad de ganar algún premio en el Loto en Chile es de un 2,2 por ciento.
Cruzando el ejemplo anterior con la lógica de muchos emprendedores, está claro aquí que la pasión, el esfuerzo y la dedicación (que asumimos, la gran mayoría de esos niños coloca en el ejercicio de su disciplina) tiene poco que ver con el resultado final de sus proyectos de carrera. Lamentablemente, lo mismo pasa con los emprendimientos.
Aunque a muchos emprendedores les sangren los oídos el escuchar esto, la verdad es que el éxito de una aventura emprendedora no es resultado solo de la perseverancia y el esfuerzo puesta en ella (ver artículo «La trampa de la Pasión«), como tampoco de la excelencia o profundidad de los procesos formativos de los cuales haya participado en distintas instancias en su vida. El éxito emprendedor es el resultado de un algoritmo mucho más complejo que no depende solo de visualizarlo como meta, particularmente en un contexto donde un objetivo sin un plan es un simple anhelo y la pasión sin estrategia es puro voluntarismo.
Por lo mismo, debemos aceptar que por mucho que algunos de esos niños pasen hasta 10 años de sus vidas en escuelas de fútbol, aprendiendo lo que asumimos debe ser todo cuanto realmente se les puede enseñar acerca de las diferentes técnicas y tácticas para la práctica de ese deporte, no llegarán a alcanzar su meta. Y de ahí la analogía con el emprendimiento.
Las circunstancias que llevan a un niño a lograr ser un futbolista profesional van mucho más allá, incluso de sus habilidades naturales y las condiciones de su entorno y, por supuesto, de todo el esfuerzo y dedicación que pusieron sus formadores en el proceso. Por lo mismo, su éxito dependerá también de una serie de capacidades y competencias desarrolladas a través de distintas experiencias de vida que van mucho más allá del «estudio» y la práctica deportiva.
Lo mismo en el emprendimiento. Es decir, resulta claro que es posible (y deseable) enseñar a emprender y así desarrollar conocimientos y competencias fundamentales para el ejercicio emprendedor. Una cosa muy distinta es que a partir de dicha enseñanza se pueda garantizar el éxito para quienes se están formando, en sus iniciativas emprendedoras.
En este punto la respuesta a la pregunta que da origen esa reflexión requiere ser repensada en función, fundamentalmente de los objetivos trazados para dicha enseñanza y, por lo mismo, de sus aprendizajes esperados.
De la misma manera en que cientos de formadores de futbolistas saben que la inmensa mayoría de sus discípulos no llegará a jugar profesionalmente y que una fracción que solo puede catalogarse como ínfima podría destacar en los equipos más importantes del mundo, pero entienden que en el proceso de educar niños (la gran mayoría de orígenes vulnerables) en la práctica del deporte, estos pueden llegar a adquirir una serie de principios y enseñanzas (como el valor del esfuerzo, la disciplina, la constancia y otros) que les pueden retornar en sus vidas, si bien no siendo futbolistas profesionales, facilitándoles su desempeño en una serie de alternativas de desarrollo; quienes enseñamos emprendimiento sabemos que un próximo Mark Zuckerberg o Steve Jobs, probablemente no se encuentra en nuestras aulas (es un hecho conocido, además, el que ninguno de los señalados terminó la universidad) y justamente porque podemos ver la formación en emprendimiento de una manera mucho más amplia y generosa que la sola perspectiva de producir empresarios exitosos es que podemos entender que desde la enseñanza y aprendizaje de esta disciplina se puede incentivar el desarrollo de por ejemplo: capacidades de trabajo en equipo o colaborativo, de planificación y comunicación. Promover el pensamiento creativo, la empatía, el ejercicio del liderazgo, la paciencia, la perseverancia y algo que tanto se echa de menos en las nuevas generaciones, la tolerancia a la frustración y la aceptación de que no todo lo que hago es genial y debe ser admirado (quizás el mayor desafío para quienes enseñamos emprendimiento e innovación hoy en muchas universidades).
Si entendemos que en términos socioculturales, la innovación y el emprendimiento son mucho más que el sólo crear un producto y hacer un negocio en torno a él, veremos que en la enseñanza de emprendimiento, podemos aportar quizás no necesariamente a la formación de nuevos empresarios, pero sí, de mejores personas.