Quiero tu respeto.
Fue uno de los muchos carteles hechos a mano sobre un cartón que vi pasar alzado por una chica, hace unas semanas en una de las tantas manifestaciones que, hoy en día, dan vida a nuestra ciudad.
Para aquellos que estamos en el mundo de la publicidad, toparse con una frase bien redactada, que capte tu atención y puedas recordarla, es una gracia. Otra cosa, es saber si la audiencia a quien está dirigida podrá o no captar su sentido.
De que la frase es buena, es buena. Ahora ¿estamos seguros de haberla entendido?
Primero, habría que entender (o concordar) a qué nos referimos cuando hablamos de un piropo. La RAE, solo en la tercera acepción, establece piropo como sinónimo de lisonja, y sobre este sustantivo señala que es una alabanza afectada para ganar la voluntad de alguien.
Ahora bien, no podemos desconocer que más allá de la precisión sobre el significado de la palabra, culturalmente entendemos, al menos en Chile, que un piropo es una frase -o un artefacto creativo oral- dicha en un tono generalmente semi-humorístico con la finalidad de alabar el paso, habitualmente de una figura femenina.
Decir por ejemplo: «Parece que las puertas del cielo se quedaron abiertas, que se están cayendo los angelitos…» es un piropo. Decir: «Quién fuera arroz para acompañar ese bistequito.» ¿También?
El problema -en una primera mirada- parece que no está en la loa o alabanza, sino en el tono de la misma y principalmente el la objetualización de lo alabado.
Sigamos con los ejemplos:
«Qué hace una estrella volando tan bajito….» Suena distinto a: «¡Tantas curvas y yo sin frenos!» Y aunque se parezcan, claramente no resulta igual decir: «No camine por el sol que los bombones se derriten» que «Con ese culo, de seguro cagas bombones».
Entonces, ¿el problema está en el piropo? ¿En la construcción de la frase? ¿En la inocencia o procacidad de la misma?
Las mismas palabras -y acá no pretendo para nada ser original- se pueden usar con los más diversos fines. El alemán con el cual Marx escribió El Capital es el mismo con el que Hitler escribió sus discursos y Heidegger sus tratados de filosofía.
Por lo tanto, el problema no está en las palabras, ni en cómo éstas se agrupan y al parecer tampoco, en el tono en el que se dicen.
El problema parece que está en por qué (generalmente) un hombre se siente con el derecho de interrumpir el paso de una chica, lanzándole una frase (por creativa e inocente que sea) que ella no ha solicitado y que legítimamente puede incomodarla.
El problema no está en creer o considerar que una chica es bonita -la que portaba el cartel sí lo era- sino en espetárselo abiertamente y sin ningún filtro.
Quien lo hace no está hablándole a una persona. Al gritarlo, le está hablando a lo que para él, ella representa. Un objeto -quizás atractivo- pero sin contenido ni identidad, el cual se puede evaluar y calificar públicamente.
Y legítimamente esa chica y cualquier otra, puede haber decidido no querer representar absolutamente nada.