La publicidad -esa industria a la cual la mayoría de aquellos presentes en este blog, estamos de alguna forma, vinculados- es objeto frecuente de críticas relacionadas con su excesiva relevancia en la interacción social, su aporte a la incitación al consumo, su colaboración a la contaminación de las ciudades, etc.
Probablemente muchas de esas críticas puedan tener sentido, si la miramos exclusivamente como una herramienta comunicacional al servicio de avisadores que buscan, informar o seducir a sus potenciales consumidores.
Pero una pieza (o campaña publicitaria), además de ser un contenedor de mensajes, imágenes y símbolos diseñados con el objetivo de persuadir a su audiencia, es en ocasiones, un artefacto creativo capaz de representar de modo fiel y a veces de forma crítica, a la sociedad en la cual se desempeña, acercándose así, de manera muy acertada a una expresión artística.
De esa forma, podemos reconocer que pocas cosas expresaron mejor la acelerada transformación de Chile a fines de los 90′ que la campaña publicitaria de Amistar (hoy Movistar) protagonizada por «Faúndez». Ese maestro multi-servicios que a través de su celular ejercía un emprendimiento propio. Lo cual se presentaba en la época, casi como la única opción para el desarrollo de una sociedad que renunciaba progresivamente a los sueños colectivos, en función del éxito individual, vinculándose éste, inexorablemente, al desempeño económico.
Si vamos más atrás, quizás el «Cómprate un auto, Perico» dio cuenta a principios de los 80′ de un Chile que se asomaba a un modelo económico neo-liberal, el cual promovía la bancarización de los sectores medios como forma de progreso y el acceso al consumo de bienes, como forma de realización individual.
¿Y en estos tiempos?
No cabe duda que nuestro país, promediando la segunda década de este siglo XXI, no ha dejado de promover ni de protagonizar nuevos cambios. La lógica pendular de la historia nos habla de una sociedad que desde el absurdo individualismo y exitismo de los 90′ (década reconocida en sociedades como la norteamericana como «del cinismo») da paso a nuevos proyectos colectivos, nuevas causas grupales y/o nuevas formas de integración. Muchas veces no necesariamente desde la propuesta, pero sí desde la contraposición, la crítica y la rebeldía.
Probablemente nada haya representado mejor nuestra sociedad hace unos pocos años que la campaña «Chao, jefe» de Kino. Ese era el Chile de inicios de esta década. Un Chile que se rebelaba ante la autoridad, que ya no creía que el solo esfuerzo individual sería garantía de éxito o progreso (se necesitaba también de bastante suerte) y que aspiraba a combatir la injusticia o el abuso, fundamentalmente mediante llamados de atención y/o la denuncia.
En esa misma línea hoy, nuevamente una campaña de juegos de azar –“Jubilazo”- pone el ojo en un fenómeno claramente pendular y en consecuencia opuesto a lo ocurrido con “Faúndez”. Ahora, ya no se trata de promover el desarrollo individual mediante el esfuerzo y el trabajo, sino todo lo contrario. La oferta es jubilarse tempranamente con la promesa de un ingreso mensual garantizado de un millón de pesos por 20 años.
¿Qué hay ahí?
Posiblemente todavía es muy pronto para poder entenderlo, pero resulta al menos llamativo, que en menos de 20 años, hayamos pasado de un emprendedor ingenioso, locuaz promotor de su trabajo, a mostrarle derechamente el traste a nuestros jefes –renuncia mediante- y a soñar con jubilarnos en plena edad productiva.
Quizás entonces, el celular de Faúndez no era ciertamente la llave del éxito y mucho menos, a la felicidad.