«Con la camiseta puesta»

por | 17 junio, 2016

Siempre me ha llamado la atención la figura de «trabajar con la camiseta puesta». ¿A qué se refiere?  ¿Cómo se determina quién tiene o no tiene la camiseta puesta? ¿Por qué a dicha expresión habitualmente se le da una connotación positiva?

Si aceptamos que tal concepto es positivo y deseable al interior de una relación laboral tradicional, ¿resulta éste simétrico? Es decir ¿es igualmente positivo tanto para el empleador como para el empleado? ¿Tanto para el jefe como para el subordinado?

Debo reconocer de antemano que, en general, toda identidad colectiva me parece sospechosa, por lo que la sola idea de camisetas, uniformes y/o cualquier prenda identitaria (incluso los pañuelos de los boy scouts) tienden a incomodarme.

Pero, más allá de las consideraciones personales, tratemos de ir al fondo del asunto.

Primero, establezcamos que en lo habitual existe un consenso respecto a que el mentado concepto representaría, efectivamente, algo positivo en el entorno laboral. Es decir, todo indica que para la mayoría trabajar «con la camiseta puesta» sería mejor que trabajar «sin camiseta».

El tema es que en nuestro país, donde aún son mayoría las organizaciones más bien tradicionales (es decir, las jerárquicas) las relaciones laborales tienden a no ser simétricas, y de esa forma, la determinación de aquello que es «trabajar con la camiseta puesta» o quiénes son «los que trabajan con la camiseta puesta» no le corresponde a todos por igual. Sino a unos por sobre otros.

Así, el concepto resulta altamente positivo (y posiblemente rentable) para las jefaturas, si los que trabajan «con la camiseta puesta» son aquellos que se quedan ejecutando tareas posterior al horario de salida sin cobrar horas extras, contestan llamadas o correos laborales durante los fines de semana, reducen sus vacaciones para acomodarse a los planes de sus superiores, etcétera.

Mirado entonces desde el punto de vista del Jefe, resulta obvio que el estar «camiseteado» será evaluado positivamente, ya que bajo esta camiseta se encubren todas las ineficiencias, errores de planificación y desordenes de gestión que el ejercicio de su jerarquía le supone como responsabilidad.

Habría que preguntarle luego, al que trabaja 12 horas diarias, también los fines de semana y durante sus vacaciones si el «tener la camiseta puesta» le resulta tan atractivo como a su Jefe.

En segundo término, toda la psicología laboral contemporánea y desde luego también, el sentido común, nos indica que trabajar motivados, con un sentido de Misión o ser parte de equipos cohesionados redunda en un mayor bienestar y satisfacción para los empleados y tiende a generar mayores beneficios, incluso económicos, para las organizaciones.

En ese ámbito, parece obvio que tener elementos de identificación con el objetivo de la institución, contar con liderazgos que entreguen un sentido de trascendencia a nuestros quehaceres y/o participar de alguna forma de los resultados de las empresas va a contribuir a la construcción de una identidad colectiva que resulta positiva para todos sus miembros.

El asunto es que de la misma forma que las organizaciones tradicionales, ósea jerárquicas, siguen siendo, al menos en nuestro país, una mayoría, la interpretación del concepto «con la camiseta puesta» ha tendido en el tiempo a estar asociada, más bien, con lo definido en el primer punto.

Afortunadamente, todo hace suponer que la cultura organizacional en nuestro país se está moviendo hoy (paradigmas de la innovación y del emprendimiento, mediante) hacia prácticas más reconocibles en la segunda interpretación, donde lo fundamental ya no será las horas que se permanece sentado en la oficina, sino la contribución que se hace al cumplimiento de los objetivos de la empresa y, como consecuencia, la manera en que se llegue a participar de los beneficios asociados a dichos logros.

De consolidarse ese camino entonces, el tema ya no se tratará si tenemos o no  la camiseta puesta, sino, si al interior de nuestras organizaciones, jugamos todos o no, en un mismo equipo.

 

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