Hace aproximadamente un año, publicamos en estas mismas páginas un artículo titulado «Educar para Emprender» que abordaba el valor que una serie de conceptos y actitudes asociados al emprendimiento podían reportar a nuestros niños, de llegar a ser incorporados a las prácticas y/o modelos educativos en escuelas y colegios.
En esta ocasión, quisiera detenerme de forma mucho más específica, en el análisis de la posibilidad que las destrezas, conocimientos y actitudes necesarias para llevar a cabo un emprendimiento, puedan ser efectivamente transferidas por docentes, relatores, coachs o en general, personas que no emprenden, a quienes justamente desarrollan o aspiran a desarrollar un emprendimiento.
Es importante reconocer que en el microcosmo de los emprendedores existe habitualmente una actitud algo arrogante que tiende a descalificar a todo aquel que no ha dado -como ellos- el gran paso hacia la independencia y el emprendimiento. Abundan en las redes sociales los memes que se burlan de la legítima opción que muchos tienen de ser empleados y, como pregonan los emprendedores, «trabajan para el sueño de otro». Y otros tantos que festinan con la idea que toda actividad de mentoring, relatoría o capacitación dirigida hacia ellos, sólo puede ser ejercida por otro que sea o haya sido, como ellos, un emprendedor.
De esa forma, se tiende a desconocer una axioma básico en todo proceso formativo que establece que no necesariamente quienes pueden o deben enseñar, son sólo aquellos que ejecutan de manera ejemplar, los conocimientos que poseen. Eso es equivalente a sostener que sólo quienes han sido grandes futbolistas podrían llegar a ser buenos entrenadores. La historia y la estadística indican, más bien, todo lo contrario.
Establezcamos entonces, que esa descalificación a priori (aquella de que sólo es válido que enseñen los que mejor ejecutan su disciplina), no tan sólo es falaz, sino que también, absurda y que además del emprendimiento tampoco se aplica a la enseñanza de la arquitectura, la literatura, las artes plásticas, el cine, etc.
De esa forma, debemos reconocer que existe una legítima diferencia entre enseñar y ejecutar y que, por lo mismo, conviven en el mundo aquellos que pueden resultar ser muy buenos enseñando, pero no ejecutando y otros, exactamente al contrario.
Una vez establecido ese punto, nos preguntamos entonces, ¿Existe alguna manera en que se pueda, efectivamente, enseñar a emprender?
Hoy, muchas universidades han incorporado en sus slogans la idea de que «forman emprendedores». No sabemos si sus planes de estudio son consistentes con dicha promesa, pero sí, que al menos lo establecen como un sello, que además de distintivo, parece resultar especialmente atractivo para atraer postulantes.
También sabemos que existen carreras donde quienes se proyectan a sí mismos como futuros emprendedores, podrían llegar a sentirse más a gusto. Ingeniería Comercial, Ingeniería Industrial y hoy también las disciplinas asociadas al Diseño, tienden a ser las preferidas por quienes, desde su ingreso a la universidad, buscan adquirir herramientas que posteriormente les permitan facilitar su camino hacia el emprendimiento.
Muchas de esas mismas universidades que dicen «formar emprendedores» además, no limitan el acceso a dicha experiencia a las disciplinas tradicionalmente asociadas, como las señaladas anteriormente, sino que buscan que un universo mucho más grande de sus carreras ofrezcan a sus alumnos herramientas prácticas y/o conceptuales que los acerquen al emprendimiento.
¿Qué se enseña entonces cuando decimos que estamos formando emprendedores?
En gran medida: Estrategia, marketing, contabilidad y finanzas y lógicamente, administración de empresas. Pero también se dictan talleres de innovación, donde la base es el desarrollo de proyectos de emprendimiento sustentados en la formulación e iteración de modelos ese negocios y en muchos casos además, en la teoría detrás del Design Thinking, prototipeo y validación.
Hasta ahí, todo bien. Quienes desde un inicio de su etapa de educación superior manifiestan su interés por emprender, van a encontrar en muchas casas universitarias o centros de educación superior, clases, talleres o cursos electivos que, efectivamente les van a entregar herramientas útiles (si son bien utilizadas) para iniciar, posteriormente, un emprendimiento.
Pero qué ocurre con ese otro amplio porcentaje de individuos que no pasó por dichas universidades, o lo hizo en tiempos donde el emprendimiento no era tema y están buscando emprender o ya han iniciado un emprendimiento, sin mayor base teórica, conceptual o incluso práctica, adquirida formalmente. ¿Qué se les puede enseñar?
Nuestra experiencia como consultores y docentes de emprendimiento e innovación en los más diversos niveles y ámbitos nos indica que hay al menos tres elementos fundamentales que los emprendedores pueden y deben desarrollar, muchas veces, mediante la asistencia de terceros:
Lo primero, desarrollar actitudes positivas hacia el aprendizaje. Ya lo señaló claramente Warren Buffet: «Hay dos tipos de personas que fracasan en los negocios, los que no saben nada y los que creen saberlo todo».
Lamentablemente, como lo señalaba en los primeros párrafos, en el microcosmos del emprendimiento abundan los segundos y ahí está en parte, lo que explica, las tasas de fracaso cercanas al 90%.
Debemos partir entonces, por desarrollar actitudes favorables al aprendizaje, a escuchar y empatizar con los posibles clientes, a reconocer los errores y aprender de los mismos. Enseñar a no verse el ombligo y también, a comprender que los mercados meta no siempre se van a comportar como sus grupos de referencia.
Lo segundo, enseñar a no enamorarse de sus ideas y a reconocer o evaluar su efectivo potencial de desarrollo económico. Las ideas, en general, son un commodity. Todo el mundo puede tener ideas. El tema, por lo tanto, no es la idea, sino cómo transformarla en un buen negocio. Pero, mucho antes, es necesario poder evaluar efectivamente el potencial de impacto económico de esa idea. Esa no es tarea fácil, mucho menos, cuando prácticamente todos los emprendedores viven enamorados de sus ideas, creyendo que son únicas y geniales, sobretodo, cuando éstas han sido validadas en gran medida, sobre la base casi exclusiva de sus familiares y amigos.
Lo tercero, a diseñar y validar modelos de negocios. Es decir, a definir y precisar, cómo se aspira a ganar dinero. Ideas, incluso con potencial de desarrollo de mercados, en ocasiones, no logran llegar a constituir buenos modelos de negocios, escalables en el tiempo. Por lo mismo, aquí hay un potencial de aprendizaje enorme. De hecho, un emprendimiento es, en general, una organización que está permanentemente explorando y consolidando su modelo de negocio. Y, por favor, que no se piense que desarrollar un modelo de negocio, equivale a «hacer un Canvas». El Canvas Business Model es básicamente una representación del modelo de negocio, que puede ayudar a comprender los aspectos claves que hay que elaborar, pero no es el modelo en sí mismo.
Eso es lo fundamental, ya que la gran mayoría de las herramientas útiles y necesarias se pueden llegar a adquirir a través de libros, artículos o tutoriales en internet. Lo anterior, les aseguro, no lo van a encontrar ahí.
Alejandro Godoy es Gerente General de KHREA