Conocido es el relato de dos peces jóvenes que nadando plácidamente en torno a su cardumen se encontraron con un pez un poco mayor que, cordialmente junto con saludarlos, les preguntó –“¿Cómo está el agua?”– Ambos peces, atendiendo la amabilidad del saludo, le dijeron –“Bien”-.
A los pocos metros de seguir nadando, uno de los jóvenes peces miró al otro extrañado y le preguntó: –«¿Qué demonios es el agua?”–
Dicha fábula -relatada por David Foster Wallace- representa en gran medida el requerimiento que tenemos, al momento de identificar potenciales necesidades insatisfechas en un mercado que pudieran dar origen a procesos de innovación, de salirnos de nuestro entorno y poder verlo entonces, desde afuera. Sorprendiéndonos de aquello que nos rodea, que por habitual y conocido, no lo notamos.
Lo mismo le pasa a los peces en el agua, no están conscientes de que se encuentran sumergidos en ella.
Un ejercicio simple de observación, que puede servir para acercarnos a este proceso, consiste en colocarnos en el centro de nuestras ciudades con cuaderno, lápiz, grabadora y cámara de fotos y/o video en mano e intentar verlas “con ojos de extranjero”. Sorprendernos entonces de lo que ahí ocurre, que por cotidiano, nos pasa inadvertido.
En numerosos talleres donde hemos realizado esta actividad es llamativo que cuando sus integrantes, al momento de presentar sus observaciones, por ejemplo en Santiago, llegan -después de haber vivido aquí por años- sorprendidos de que en nuestra ciudad, las leyes se vendan en la calle, los cafés sean servidos por señoritas en paños menores, el sistema de control de flota de nuestro Transantiago sean “sapos de micro» o tal como constatara Gabriel García Márquez, ésta sea la única ciudad donde los perros cruzan con luz verde.
Observar, interactuar, convivir con los potenciales usuarios de nuestros desarrollos es el único camino para la sorpresa, la obtención de insights y finalmente la validación o no de los mismos. Pasos, todos ellos esenciales en el proceso de desarrollo de nuestras innovaciones.