Hace justo tres años me planteaba por primera vez esta pregunta con el adverbio «realmente» antes de «posible» (ver artículo). Más allá que en ese momento creo haber ofrecido una respuesta clara, las experiencias y vivencias adquiridas en este tiempo (el cual, en gran medida, lo he dedicado a la enseñanza de emprendimiento a nivel universitario) me hacen ver que la respuesta entregada en ese entonces pudo haber sido incompleta, lo cual me propongo remediar con esta nueva entrega.
En primer lugar es un hecho irrefutable que las más importantes universidades del mundo cuentan con programas de formación en emprendimiento en los más diversos niveles. Desde cursos o talleres iniciales en pregrado hasta programas avanzados de post grado a nivel de magíster o doctorado. Si Harvard, Standford o Columbia tienen entre sus planes de estudio, cursos de emprendimiento, sería bastante presuntuoso suponer de plano que todas ellas están equivocadas y que no es posible enseñar a emprender.
Otra cosa muy distinta es que de la ejecución y consecuente participación y egreso de dichos programas, surjan emprendedores y emprendedoras con proyectos atractivos, capaces de levantar capital y que luego se implementen, escalen y tengan éxito.
La respuesta a lo anterior puede ser puramente estadística. Nuevamente, es efectivo que de esos programas sí surgen emprendedores y emprendedoras que cumplen con lo señalado anteriormente. En un porcentaje no demasiado alto, quizás, pero sí surgen.
Por otra parte es una realidad también que al interior de otros programas educativos a nivel universitario con baja o nula presencia de cursos formativos en emprendimiento o innovación se desarrollan, de igual forma, iniciativas emprendedoras con probabilidades de éxito futuro muy similares a las del caso previo.
La base de todas las metodologías de emprendimiento e innovación que disponemos en la actualidad es fundamentalmente enseñar a «fallar rápido y barato». Ningún docente, investigador o relator de emprendimiento puede pretender tener la fórmula para el éxito de un negocio o empresa, pero sí podemos consistentemente afirmar que un proyecto metodológicamente mejor desarrollado tiene probabilidades inferiores de fracasar que uno hecho solo desde la intuición o la pura motivación.
Pero, es justamente en la idea que en lo cursos de emprendimiento o innovación lo que buscamos es que los participantes o estudiantes «aprendan a fallar» donde subyace un elemento que condiciona un nuevo campo de análisis.
Recientemente, siendo parte de una iniciativa universitaria que busca promover la acción emprendedora y el desarrollo de nuevos proyectos por parte de la comunidad estudiantil, se me hizo presente que los estudiantes miembros de la Facultad de Economía y Negocios (que es la que contiene en sus planes de estudio la mayor cantidad de créditos en emprendimiento a nivel de pregrado) aportaba en una proporción inferior a su alumnado, a estas iniciativas emprendedoras. Es decir, en una mirada muy lineal (y ajena a otras variables), los estudiantes que cursaban mayor cantidad de créditos en asignaturas de emprendimiento desarrollaban una menor vocación emprendedora que sus pares de otras carreras con una carga menor o, incluso nula, de créditos en esos tópicos.
Esto podría suponer una interesante paradoja. Mientras más les enseñamos «a emprender», los y las estudiantes desarrollan menos iniciativas emprendedoras. La observación señalada, evidentemente, está aún a nivel de percepción y requiere ser estudiada en mayor profundidad conceptual y estadística, pero permite inferir una atractiva hipótesis inicial:
Los alumnos y alumnas que están expuestos a un mayor número de cursos de emprendimiento e innovación donde se les «enseña a fallar» y que por lo mismo, se les declara abiertamente que el fracaso es parte de la experiencia emprendedora, desarrollarían menos iniciativas de emprendimiento justamente para evitar el fracaso. Mientras que los estudiantes de carreras donde el concepto de «aprender a fallar» no está presente tendrían una mayor motivación inicial al desarrollo de iniciativas de negocios porque verían, quizás, el fracaso como algo mucho más lejano e improbable.
Le podríamos llamar la «paradoja de la ingenuidad o del desconocimiento». Algo que ya ha sido estudiado y se conoce como el «Efecto Dunning – Kruger». Este establece que cuando más ignorancia se tiene sobre un tópico, mayores son las probabilidades de desarrollar acciones en torno al mismo tema, mientras que cuando más se sabe, más dudas surgen y por lo mismo, las posibilidades de actuar disminuyen. Interesante ¿cierto?
Es por esto, que para expandir mi respuesta inicial a la pregunta si se puede enseñar a emprender, puedo ratificar que sí, claro que se puede. Pero tan importante como enseñar metodologías de diseño e iteración de soluciones, de desarrollo de propuestas de valor o modelos de negocios, entre otras materias, resulta fundamental fomentar la actitud emprendedora de los propios estudiantes (donde la tolerancia al fracaso resulta imprescindible). Y en ese campo las grandes universidades del mundo ya lo tiene claro. La mayoría de ellas en sus programas formativos en emprendimiento, lo que primero hacen es modelar la actitud emprendedora de sus participantes y potenciar en ellos y ellas habilidades que van más allá del conocimiento y prácticas metodológicas y se centran en el desarrollo de las mal llamadas «habilidades blandas» que en gran medida son el conjunto de competencias intra e interpersonales, esenciales o no cognitivas que permiten trabajar adecuadamente junto a otros, interactuar y lograr resultados.
Parece que por ahí está la clave.