Millenials: Del placer al desencanto

por | 29 julio, 2016

Es frecuente encontrar en redes sociales y medios tradicionales notas, artículos o infografías que buscan caracterizar a la Generación Y o Millenials en relación a sus predecesores, la Generación X y los Baby Boomers.

Entre las más habituales destacan, por ejemplo, las que representan sus diferencias en términos de valores y motivaciones profesionales o para el desarrollo de sus carreras. También, aquellas que establecen distinciones inter-generacionales en sus patrones de consumo y otras, en sus conductas e intereses sociales o familiares.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de Millenials?

En primer lugar debemos establecer que la Generación Y o Millenials agrupa, fundamentalmente para objetivos de investigación y caracterización sociodemográfica en Marketing y Desarrollo Organizacional, a aquellos nacidos entre 1980 y 1999. El nombre Generación Y fue acuñado por la revista Advertising Age en 1993 para referirse a los adolescentes de esa época, mientras que el término Millenial se desprende del libro Millenial Rising de Strauss & Howe de 1999.

En segundo término (siendo quizás, el más relevante) está generación está marcada (y determinada) por la revolución digital iniciada a mediados de los ’80 con la masificación en el uso de los computadores personales. Así entonces, los mayores tuvieron acceso a monitores, teclados y discos duros, básicamente, desde niños y los menores de este segmento no conocen el mundo sin internet.

Y como tercer punto, a nivel global, la Generación Y fue la primera en crecer en un mundo post Guerra Fría. Donde las ideologías que dominaron (y dividieron) a casi toda la humanidad, prácticamente durante todo el siglo XX dieron paso a lo que Fukuyama llamó «El Fin de la Historia». Este hecho, en gran medida, es lo que hoy determina la tremenda confusión con la que los profesionales de la política en Occidente miran a esta generación, para la cual, la división tradicional entre los ejes de Centro, Izquierda y Derecha les resulta, además de anacrónica, de bastante poco sentido.

A nivel local, los Millenials se caracterizan por ser una generación, cuyos integrantes han vivido siempre (salvo la primera infancia de los mayores) en democracia y que por lo mismo, no cargan con el trauma de los Baby Boomers de haberla perdido, ni con la épica y sacrificio de los Generación X de haberla recuperado. Para ellos, la Democracia, al igual que el Internet, es algo que ha estado ahí, siempre.

Es la generación también que ha conocido un país con las más bajas tasas de pobreza en su historia y con niveles de acceso a bienes de consumo para grandes masas de la población que resultan, nuevamente, inéditos.

Esta extendida capacidad de adquirir bienes de consumo, fundamentalmente determinada por la masificación del acceso al crédito (primero, de sus padres y luego, de ellos mismos) ha construido, en buena parte de los Millenials, una sensación de permanente inmediatez para la satisfacción de sus necesidades. Esta misma sensación (o generación de expectativas) es la que moldea varios de sus otros patrones de comportamiento y actitudes.

Veamos algunos de ellos:

  • Es efectivo que se cambian regularmente de trabajo, muchas veces persiguiendo otros intereses, pero también, luego que sus expectativas de desarrollo laboral, ascensos y aumentos de sueldo no son satisfechas en los plazos (regulares) esperados por ellos.
  • También es cierto que, como toda generación compuesta por jóvenes, comparten el deseo de ser un agente de los cambios sociales asociados a su tiempo. Lo anterior, que se ha dado regularmente en la historia, tiene para ellos, sí, una sensación de urgencia e inmediatez que no resulta tan habitual. Los cambios esperados, los quieren ¡ahora!
  • Por último, su acceso regular a redes virtuales y a la interacción digital ha condicionado sus comportamientos sociales de forma tal, que por ejemplo, la búsqueda de pareja se puede resolver en un par de clics. Es decir, en lo inmediato, casi sin proceso, como quien pide una hamburguesa en el McDonald.

De esta forma, todos sabemos lo que ocurre cuando cualquier necesidad es satisfecha de forma casi inmediata. Rápidamente aquello que nos satisface, se torna  insuficiente. Se vuelve a aspirar a más, nuevamente, lo antes posible. Así, las expectativas se incrementan hasta el punto objetivo de no poder satisfacerse. Es entonces cuando surge, indefectiblemente, la frustración. Y lo que comenzó naturalmente como la búsqueda de satisfacción y muchas veces de placer, termina regularmente, en desencanto.

 

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